17 abril 2009

Decimoquinto aniversario de la muerte de Pau


Hoy se cumplen quince años de la muerte de mi amigo Pau Julià. Tenía entonces veintidós años. Tal día como hoy, del año 1994, moría en el Hospital Son Dureta de Palma, víctima de una terrible enfermedad fulminante, que sobrevino sorpresivamente y terminó con su vida en tan sólo seis días. La noche antes de que le ingresaran habíamos estado de copas por el Paseo Marítimo Toni, Pau y yo. La desaparición súbita de un gran amigo fue mi primer contacto con la muerte en alguien muy cercano. Yo tenía entonces 20 años. Jamás había meditado en profundidad sobre la muerte y en cierto modo, ni siquiera había tomado conciencia de que algún día podía tocarme a mí o a alguien cercano, y eso que llevaba viendo muertos y gente enferma y accidentada desde los 16 años, cuando empecé a trabajar en Ambulancias Insulares como sanitario...

La experiencia de la muerte de Pau cambió por completo mi visión de la vida. Me sucedió entonces como al corcho que se ha pasado años en la bodega, haciendo compañía al vino en la botella, y de golpe… ¡plop!... y un tirón, y ya no es más que corcho. Puedo afirmar con rotundidad que hasta aquel momento mi vida era francamente feliz, o mejor sería decir que había tenido una visión de la vida muy plácida y despreocupada. Adocenada quizás. Tras la marcha de Pau, todo cambió. Esencialmente, mi modo de participar en este juego que es la vida.


Serenamente, hoy recuerdo aquel día de inmenso dolor por el amigo que se marcha para siempre, y me parece increíble que hayan pasado ya quince años… quince años que son un instante, o a mí me lo parece. Hoy recuerdo con mucho cariño a Pau y a toda su familia. Y caigo otra vez en la cuenta de lo que es la vida.

Curiosamente, quiso la coincidencia que también un 17 de abril, pero esta vez de 2001, naciera la segunda hija de Toni y Joana Maria – per a molts d’anys, Mercè!!! –, buenos amigos también de Pau. Recuerdo cuando me llamó Toni para contarme la buena noticia y le pregunté “¿sabes qué día es hoy…?” Tomé conciencia aún más todavía de que la vida viene así a sustituir a la muerte… y la muerte a la vida. Y así siempre y sin parar.

Escribió Arthur Schopenhauer, en su libro “El amor, las mujeres y la muerte”: “La vida no se presenta en manera alguna como un regalo que debemos disfrutar, sino como un deber, una tarea que tenemos que cumplir a fuerza de trabajo. De aquí, en las grandes y en las pequeñas cosas, una miseria general, una labor sin descanso, una competencia sin tregua, un combate sin término, una actividad impuesta con una extremada tensión de todas las fuerzas del cuerpo y del espíritu”. Termino así con una cita del «más elegante y atractivo de los filósofos modernos, a despecho de lo antipático y desconsolador de su doctrina», como lo definió Menéndez y Pelayo.

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