La irresponsabilidad de los dos bandos en conflicto,
liderados por el Govern de la Generalitat de Catalunya por un lado y el
Gobierno de España por el otro, es antológica y de consecuencias impredecibles.
A estas alturas nadie es capaz de rectificar y les importa un pimiento si el
domingo o la semana siguiente hay violencia en las calles, algo que muy
posiblemente sucederá porque la tensión es máxima y las consecuencias,
incontrolables. Yo mismo he sido acusado por un independentista a quien hasta
ahora respetaba, de ser un “topo de la Guardia Civil”, por un artículo que
publiqué en estas páginas el día 9 de este mes, titulado “La fuerza del Estado”,
donde pronosticaba lo que ha pasado.
Los dos bandos creen tener razón y solo se miran el propio
ombligo, sin atender a razones. Unos amparándose en el derecho a decidir y en
la democracia, olvidando que sin respeto a la Ley no hay democracia. Otros con
la legalidad como único argumento, omitiendo que cuando un elevado número de
ciudadanos presiona por cambiar la legalidad, no hay fuerza policial ni jueces
que pueda frenarlos en una democracia. Tanto independentistas como unionistas
sostienen que es el otro bando quien ejerce la violencia (o que la desea). Cada
uno ve lo que quiere ver. Unos solo ven a sus políticos y cargos públicos
amenazados por la Fiscalía; otros solo ven coches oficiales de la Guardia Civil
destrozados y cubiertos de pegatinas. Unos se ven perseguidos por imprimir papeletas; otros coaccionados
por la Generalitat y señalados por no prestar locales municipales a un
referéndum ilegal. Unos no ven ni quieren ver los ladrillazos a las sedes del
PSC, ni la utilización de niños en horario escolar para elaborar propaganda;
los otros creen factible precintar 600 puntos de votación o procesar a 700
alcaldes. Y luego están los que atizan el fuego para sacar rédito político de
la situación. Estos son los peores, los más irresponsables y Balears está
plagado de ellos.
Llegados a este punto de locura colectiva donde unos defienden
la legitimidad del referéndum y otros la legalidad constitucional y estatutaria,
ha llegado el punto de decir que para abrirse la cabeza, conmigo que no
cuenten. Estoy a favor de un referéndum, pero no así. Uno sin trampas ni
manipulaciones. Uno sin coacciones ni amenazas, sin enfrentamientos y sin odio.
Porque de este nada bueno puede salir y menos el nacimiento de un nuevo Estado.
(Publicado en Última Hora)