12 diciembre 2017

LA SEXUALIDAD EN CAMPAÑA

Jordi Borrell, profesor de la Universidad de Barcelona y director del Instituto de Nanociencia y Nanotecnología, insultó gravemente a través de su cuenta personal de Twitter a un candidato a la presidencia de la Generalitat de Catalunya, con expresiones absolutamente reprobables e inaceptables. Se refirió a Miquel Iceta, líder del PSC, como “impostor”, “ignorante”, “demagogo”, “ser repugnante” y que “vive del partido desde hace 30 años”. Además, instó a Carles -Puigdemont, se supone- a no ponerse a su nivel, ya que Iceta tiene los esfínteres dilatados y baila al son de Ciudadanos y Partido Popular.
Esta incursión en la política del ilustre profesor universitario le ha costado el cargo ya que tras el revuelo formado se ha visto obligado a presentar su dimisión. Hasta aquí todo normal. No es el primero -ni será el último- que por excederse en el ejercicio de su libertad de expresión a través de las redes sociales, ha de dimitir. Es alucinante que todo un profesor universitario caiga en ese nivel de temeridad. Pero discrepo en la catarata de reacciones provenientes de todos los ámbitos, que han calificado de homófobo a Jordi Borrell por el comentario sobre los esfínteres de Iceta. Borrell ha pedido disculpas y ha calificado su tuit de “desafortunado” y de “metedura de pata”. Y parece que la Fiscalía va a estudiar si su comentario puede ser calificado como un delito de odio, aunque yo creo que en todo caso, de serlo, no lo es a los homosexuales, sino a los no independentistas, pues lo que origina la crítica desmesurada y ultrajante no es la condición de gay de Iceta, sino su apoyo al artículo 155 de la Constitución. Pero este tipo de odio a los no secesionistas últimamente prolifera mucho en Catalunya, porque se les insulta y se les difama acusándoles de fascistas y franquistas, sin que a nadie escandalice.
Borrell incurrió claramente en un delito de injurias, pero en absoluto creo que en un delito de odio. Lo digo sin ánimo de defender al personaje, que por lo visto ya antes se había referido al primer secretario de los socialistas catalanes como “payaso” y “ser malévolo”, sino porque el delito de odio es de suficiente entidad y gravedad como para recurrir a él sin el rigor exigible.

Lo que castiga el Código Penal con el tipo básico del delito de odio es: quienes públicamente fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo o contra una persona determinada por razón de su pertenencia a aquél, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, situación familiar, la pertenencia de sus miembros a una etnia, raza o nación, su origen nacional, su sexo, orientación o identidad sexual, por razones de género, enfermedad o discapacidad. ¿Concurre este tipo delictivo en este caso? A mi juicio no, pero yo no soy juez ni fiscal.

Tampoco comparto las críticas que algunos hacen a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. En esta ocasión por revelar en el programa Sálvame de Telecinco que mantuvo en el pasado una relación con una mujer italiana llamada Elena. Se acusa a Colau de oportunista por hacer esta confesión sin venir a cuento y en plena campaña electoral. ¿Acaso no es su vida? Cómo lo cuente y cuándo lo haga, es algo que es de su exclusiva decisión y no veo por qué habría de abstenerse de relatarlo, solo porque en Catalunya hay una campaña electoral.

La campaña electoral catalana se anima, aunque mejor sería que no fuera por asuntos de sexualidad.

(Publicado en mallorcadiario.com)


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