También lamenta Izagirre que no se tomen en cuenta los gestos que Bildu viene realizando. “De gestos andamos sobrados, los hacemos todos los días. Aunque algunos nos los devuelvan con una bofetada”, clama enojado. Sin duda se refiere a la asistencia de miembros de Bildu al homenaje a Joxe Mari Korta, empresario asesinado por ETA por no sucumbir al chantaje y a la extorsión. Pero estos gestos se ven ensuciados por sus muestras de cariño hacia las familias de los presos de ETA y sus reclamaciones contra las “actividades represoras del Estado”. Su empeño en equiparar el sufrimiento de las víctimas de ETA por un lado y por el otro, el de las familias de los presos terroristas y los propios presos, hace que todo gesto quede reducido hasta la práctica invisibilidad.
Igual perversidad comete el diputado general de Guipúzcoa, Martín Garitano, cuando aprovecha la fiesta de San Ignacio de Loyola para defender a los presos de ETA, pedir la derogación de la “doctrina Parot” (que impide que un terrorista que ha matado a 30 personas cumpla la misma condena que el que ha matado únicamente a una) y el fin de la dispersión de los presos. O aún peor, tratar de sentar en una misma mesa y al mismo nivel a las víctimas donostiarras con colectivos de familiares de sus verdugos, como pretendían hacer ayer. Y esta es una prueba más de su vinculación con ETA y de que, si bien “rechazan” el uso de la violencia actualmente por motivos tácticos y para poder participar en la política como han hecho, no reniegan de la violencia que ETA ha practicado durante 50 años y llegan al punto de ni siquiera exigir la disolución de la banda ni condenar su extensa actividad criminal. Lo apuntó Arnaldo Otegui: “la lucha armada sobra y estorba”. Les estorba ahora, porque de la del pasado ni una palabra. Sobre eso, según ellos, debemos correr un tupido velo por el bien de la paz y de la concordia. Para superar el conflicto político, que dirían ellos. Pero la paz no se puede asentar sobre la repugnante maniobra de equiparar a víctimas inocentes con los terroristas, presos políticos según ellos, escoria humana en mi opinión.
Igual perversidad comete el diputado general de Guipúzcoa, Martín Garitano, cuando aprovecha la fiesta de San Ignacio de Loyola para defender a los presos de ETA, pedir la derogación de la “doctrina Parot” (que impide que un terrorista que ha matado a 30 personas cumpla la misma condena que el que ha matado únicamente a una) y el fin de la dispersión de los presos. O aún peor, tratar de sentar en una misma mesa y al mismo nivel a las víctimas donostiarras con colectivos de familiares de sus verdugos, como pretendían hacer ayer. Y esta es una prueba más de su vinculación con ETA y de que, si bien “rechazan” el uso de la violencia actualmente por motivos tácticos y para poder participar en la política como han hecho, no reniegan de la violencia que ETA ha practicado durante 50 años y llegan al punto de ni siquiera exigir la disolución de la banda ni condenar su extensa actividad criminal. Lo apuntó Arnaldo Otegui: “la lucha armada sobra y estorba”. Les estorba ahora, porque de la del pasado ni una palabra. Sobre eso, según ellos, debemos correr un tupido velo por el bien de la paz y de la concordia. Para superar el conflicto político, que dirían ellos. Pero la paz no se puede asentar sobre la repugnante maniobra de equiparar a víctimas inocentes con los terroristas, presos políticos según ellos, escoria humana en mi opinión.
Lo último que hemos sabido es que, según informó TVE, los presos de ETA tienen la última palabra para que ETA anuncie su disolución o continúe la lucha armada. Y ante esto me viene a la memoria la imagen del etarra Ignacio Bilbao Goikoetxea amenazando al juez Guevara desde dentro de la urna acristalada de la Audiencia Nacional, con pegarle siete tiros y arrancarle la piel a tiras. Si la disolución de ETA está en desgraciados como este, no hay nada que hacer. Si la desaparición de ETA ha de sustanciarse sobre la decisión de quienes han consagrado su vida al fanatismo y al odio, a la muerte y al sufrimiento de personas inocentes, no hay esperanza alguna. Ahora resultará que Txapote o Txeroqui o Igor Portu o Martin Sarasola o tantos otros asesinos son la esperanza para la paz y la desaparición de ETA. No es a ellos a quien deben escuchar. Es a la sociedad vasca, la misma a la que dicen defender, quienes les ha dicho alto y claro que cierren el macabro negocio. Pero ellos, en su fanatismo, siguen sin escuchar.
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