01 mayo 2009

La vergüenza del Yakolev 42

El Diario de Mallorca de hoy, publica este artículo de opinión:

El accidente aéreo del Yakolev 42, el 26 de mayo de 2003, en el cual fallecieron 62 militares españoles, entre ellos un guardia civil, el comandante Javier García Jimeno y 12 tripulantes ucranianos, ha puesto de manifiesto una cosa inaudita: según sabemos ahora por los testimonios oídos en el juicio que se sigue en la Audiencia Nacional que la semana pasada quedó visto para sentencia, (casi seis años después, prueba preclara de la eficacia y rapidez de la Justicia), por primera vez en la historia reciente, la ceremonia fúnebre tenía más importancia en sí misma que aquellos a quienes se despedía, se honraba y se condecoraba. Como en la prehistoria, según tienen acreditado reputados arqueólogos, paleontólogos y antropólogos. Televisada en directo y con presencia de las más altas personalidades del Estado, los Reyes, los Príncipes de Asturias, el Gobierno en pleno, Presidentes del Congreso y Senado y un buen número de Presidentes de Comunidades Autónomas; finalmente, según parece, los que menos importaban eran los militares fallecidos que ocupaban los ataúdes, algunos de ellos incluso compartiéndolo con otros tres compañeros, en un postrer ejemplo de compañerismo póstumo, que no recordamos en humanos, tampoco en los militares: compartir catafalco. Sus familitares, perdón, quiero decir los familiares de militares, ciudadanos civiles aunque tratados peor que si fueran militares, importaban tanto o igual de poco que sus seres yacidos en la explanada de Torrejón de Ardoz.

Los familitares eran los últimos en la lista de gente importante participante en el evento, un precipitado funeral de Estado, cuando debieron ser los primeros en todo. Pésames; condolencias; abrazos regios (todos recordamos las lágrimas de la Reina Sofía); tres días de luto nacional; palabras de consuelo que son incapaces por su propia naturaleza de cumplir su cometido; algún desmayo natural, a tenor del dolor y de la tensión; sanitarios que acuden corriendo a auxiliar al familiar desconsolado. A estos sanitarios les ocurre como a las palabras de consuelo… Una viuda, incluso corrió desesperada y a gritos de dolor en plena ceremonia a abrazar el féretro cubierto con la enseña nacional de quien se suponía era su marido. Pobre de ella… ni la dejaron llegar a su destino ni era su marido quien ocupaba la caja, con toda probabilidad. Y había algunos de los presentes, políticos y altos mandos militares, que lo sabían perfectamente y callaron. “Jamás se descubrirá”… debieron pensar. Se equivocaron, porque la insistencia y la tenacidad incansables que surgen del dolor desmedido por la pérdida de un marido, de un hermano, de un hijo, de un padre… el luto, en fin, de los familiares, acabó por desenterrar –nunca mejor utilizada tan triste expresión– la verdad. Y de ahí el juicio que ahora presenciamos. Suerte –si es que así sea procedente referirse a ello– que fue en una aeronave civil y fuera del territorio nacional, que si no, hubiera sido su enjuiciamiento competencia de la Jurisdicción Militar. Y ya presuponemos cómo acaban esos procesos: archivados, sin responsabilidad de nadie y con más sombras que luces y más interrogantes que respuestas, que para eso existe tal jurisdicción especial, donde unos militares enjuician a otros, que bien podrían ser ellos mismos...

Un viejo avión trimotor, de bandera ucraniana, subcontratado, cayó al tercer intento de aterrizaje. Aún no se sabe ni por qué. Quizás nunca se sepa… ni caja negra tenía. Estaba averiada… Una tartana, un avión basura –como sus ocupantes fallecidos lo describieron cuando aún vivían– incapaz siquiera de que las leyes de la aeronáutica y de la física hicieran en él lo que suelen hacer en el común de los aeroplanos. Montones de quejas se habían hecho al respecto sin ningún resultado, como es costumbre, pues todo el mundo sabe que los militares ni a quejarse tienen derecho, o poco caso se hace de sus lamentos y temores, que para eso son militares… Las botellas de vodka vacías en la cabina de mando no son indicadoras de nada, por supuesto, ni prueban que la contratación fuera irregular o incorrecta la supervisión de las autoridades militares españolas, si es que la hubo, que ni se sabe aunque deberá aclararse en otro juicio de carácter civil que está por llegar... Que si NAMSA, que si la OTAN, que si el Estado Mayor de la Defensa, que si la defensa del Estado Mayor, asunto no menos trascendente… En España somos especialistas en tirar balones fuera. Nadie asume sus responsabilidades y nadie es capaz de reconocer que se equivocó y pedir perdón por ello. Nadie. La palabra honor parece haber perdido su sentido, incluso entre algunos militares, cuando todos pensábamos que la llevaban grabada a sangre y fuego en su pecho. Pero no.

Y en la memoria de todos, la burla necrófila, tétrica y luctuosa de un funeral sin que se supiera a quien se enterraba o incineraba, a quien despedía cada familia, a quien se lloraba sobre cada ataúd, a quien condecoraba verdaderamente S.M. El Rey. Con el colofón aún más desalmado de observar en un juicio a generales del antaño glorioso Ejército Español contradiciéndose; excusándose en los forenses turcos; en sus subordinados; en la climatología adversa de Trevisonda (localidad donde quiso el destino que cayera el ataúd volante); en lo “hostil del terreno” (horroriza imaginar qué se haría en el caso de un enfrentamiento armado con víctimas en territorio enemigo y en guerra, como Afganistán); e incluso en la torre de babel que suponía el idioma otomano…

Hace unos años, el JEMAD, el general Félix Sanz Roldán, en el transcurso de una conferencia pronunciada en el Círculo de Economía de Madrid, preguntó retóricamente a los asistentes, refiriéndose a los militares españoles y a las misiones internacionales: “¿Cuántas veces, a lo largo de todos estos años, han tenido ustedes que avergonzarse de nosotros?”. Un silencio elocuente fue la respuesta. Quizás el caso del accidente del Yakolev 42 sea una de esas veces. Hay otras, pero desde luego, ninguna tan grave, tan repugnante, tan triste, tan indigna y tan ignominiosa como el caso del Yak 42.

Joan Miquel Perpinyà Barceló
Guardia civil y ex-secretario general de AUGC.

1 comentario:

aypenapenitapena dijo...

A nuestra clase patricia, digo política, nunca le han importado los muertos. Suelen ponerlos otros.
Respecto a la actuación de la cúpula militar. Sin comentarios. Demuestran lo que les preocupan sus hombres. Dios nos coja confesados si estos tienen que dirigirnos alguna vez en algún conflicto armado.