Los cinco activistas que asaltaron la iglesia de Sant Miquel
de Palma durante la celebración de la eucaristía, han recibido por parte de los
jueces de la Audiencia Provincial una benévola y casi inocua condena de un año
de cárcel cada uno de ellos. Pena que no cumplirán pues previsiblemente se
beneficiarán de la remisión condicional de la condena al ser delincuentes
primarios y al carecer de antecedentes penales. La fiscalía pedía un año y
medio para cada uno, petición que finalmente hizo suya la acusación particular
ejercida por el Obispado, aunque inicialmente se pedía una condena de 4 años. Antes
del juicio, Sebastià Taltavull, administrador apostólico de la diócesis,
intentó llegar a un acuerdo con los antiabortistas, cosa que no consiguió
porque fueron incapaces de entender y aceptar que obraron mal al entrar
tumultuariamente en un templo religioso para interrumpir la celebración que
allí se llevaba a cabo, atacando la libertad religiosa de los asistentes al
culto, entre 200 o 300 personas. Si hubiesen llevado a cabo su protesta sin que
se hubiese estado celebrando la misa, no habrían cometido delito alguno (quizás
una falta de alteración del orden público), pero no un delito contra los
sentimientos religiosos por el que finalmente han sido condenados. Pero ellos
-y quienes les apoyan, entre otros nada menos que dos concejales del equipo de
gobierno de Cort-, en su intransigencia y fanatismo, son incapaces de respetar
el derecho de otros a practicar su religión y al margen de una impostada
petición de disculpas para aquellos que se hubieran podido sentir ofendidos,
continúan sosteniendo que defender el derecho al aborto no es ningún delito. De
ahí que la sentencia les conceda que “podían protestar, manifestarse, criticar
y quejarse, pero no en el momento, forma y lugar en que lo hicieron”.
Lamentablemente, esto que es tan elemental, está fuera del alcance intelectual
de activistas del totalitarismo, que se amparan en nobles causas para protestar
de forma violenta, atropellando los derechos de los demás. Y así se asalta el
despacho de un conseller, se entra en un autocar en servicios mínimos durante
una huelga, o se interrumpe una misa. El sacerdote que oficiaba la misa declaró
en el juicio que los manifestantes “sus razones tenían”. Ellos han sido
incapaces de admitir las razones de los fieles. Solo por eso han sido
castigados. Tal es su intransigencia.
(Publicado en Última Hora)
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