Su Majestad el Rey
Felipe VI está convencido de haber
hecho algo de gran importancia al estampar su firma en el Real Decreto
470/2015, de 11 de junio, por el que resolvió revocar la atribución a Su Alteza
Real la Infanta Cristina de la facultad de usar el título de Duquesa de Palma
de Mallorca, conferida por su padre el Rey
Juan Carlos I el 26 de
septiembre de 1997. En la jurisdicción de tan digno condado –aunque de escasa
tradición histórica– a algo así se le conoce como
fer un ou de dos vermells.
Creerá haber hecho algo importantísimo, pero solo lo cree él. No es fácil
olvidar que la ciudad ya renegó del matrimonio titular del ducado ahora vacante
en febrero de 2013, dos años y medio antes, cuando el consistorio presidido por
el alcalde
Mateo Isern decidió retirar el nombre de la rambla de “Los
Duques de Palma” y volver a su tradicional denominación de “La Rambla”. Dejemos
a un lado el escarnio que supone que en el BOE se nos refriegue a los
habitantes de Palma que la interfecta sigue siendo Su Alteza Real, dignidad que
lleva de nacimiento y que nadie puede quitarle, ni siquiera la real gana del
Rey, su hermano, ni aún cuando ella decidiera renunciar a sus derechos
dinásticos, cosa que parece clara que en absoluto tiene intención de hacer.
Ella continúa hablando de “acusaciones infundadas” y zahiere al Rey haciendo
pública una carta manuscrita –con membrete de la corona real sobre el nombre de
Palma, para una postrera promoción indeseada– con la que pretende probar que ha
sido ella por su propia voluntad quien ha renunciado al polémico título. A
nadie le gusta ser escarnecido en público y menos a una Infanta de España, como
firma para que quede claro porque si lo hiciera como
Cristina de Borbón
alguien pudiera confundirla con otra persona.
El segundo acto heroico, novedoso, inaudito en la historia
moderna, serán los dos alcaldes, como mínimo, que Palma tendrá durante estos
próximos 4 años. José Hila, Toni Noguera y Miquel Comas han fet un ou
de dos vermells. Creerán que es algo muy meritorio pero sin duda se quedan
cortos. Podrían ser alcaldes 16 meses cada uno, lo cual sería más equitativo y
permitiría batir el récord de alcaldes en una legislatura. Aquí tenemos la
“nueva forma de entender la política, no presidencialita sino colaborativa”. Lo
bueno es que no dará tiempo de cansarse del alcalde. Cuando eso suceda, ya
tocará cambiarlo y tener un nuevo.
(Publicado en Última Hora)
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