Es una situación inaudita porque en todos los casos de corrupción suelen dictar sentencia con inusitada contundencia, conocedores de todo el sumario y de los detalles ocultos, solo conocidos por los investigadores. La presunción de inocencia es algo que a menudo olvidan y no les cabe en la cabeza la existencia de argumentos exculpatorios, porque siendo sus fuentes las que son, estos argumentos no interesan y carecen de toda credibilidad para ellos, motivo por el cual los obvian, contribuyendo con entusiasmo al juicio paralelo.
En el caso Urdangarin y con respecto a la posible imputación
de la duquesa de Palma, solo se puede estar a favor del juez José Castro, que
es quien quiere escuchar la versión de la Infanta Cristina, o a favor del
fiscal Pedro Horrach, quien ha recurrido la decisión del juez instructor ante
la Audiencia Provincial y ha logrado paralizarla. Se nos presenta, por tanto,
una dicotomía perfecta: se está a favor del juez Castro o a favor del fiscal
Horrach. No hay matices. O blanco o negro, sin escala de grises. Este dilema ha
desenmascarado definitivamente a un puñado de falsos periodistas, obligados
entre decidir por una fuente o por otra, lo que lleva a desacreditar a la
contraria. Y eso es tanto como preguntarle a un niño: ¿A quién quieres más? ¿A
papá o a mamá? Imposible contestar.
Y de esta forma tenemos a tan ilustres informadores, a menudo
trocados en fiscales y jueces desde su estrado del medio de comunicación para
el que trabajan, situados habitualmente por encima del bien y del mal, siempre
en posesión de la verdad absoluta, dictando sentencias condenatorias sin
atender a más argumentos que los acusatorios, que en este caso concreto –si
acaso el más difícil–, guardan silencio y omiten su veredicto. Nos quedamos
huérfanos de su criterio y por eso lo exigimos ahora. Pero ahora callan porque
no se puede poner una vela a Dios y otra al diablo.
Si tuvieran el más mínimo criterio propio y no fueran meros
transmisores mediocres del parecer de otros, ahora nos iluminarían con su
discernimiento. Pero no. Y fíjense si es fácil. Lo estamos viendo en los
últimos días. Los medios monárquicos atacan con dureza al juez Castro y
defienden las tesis del fiscal. Los medios republicanos aplauden a rabiar al
magistrado, acusando al fiscal de cobarde y de no atreverse con la hija del Rey
de España. Prácticamente todo el mundo ha tomado partido. Pero los excelsos periodistas de Tribunales y Sucesos
especializados en el caso Palma Arena –y por ello en el caso Nóos– mantienen
una equidistancia tan sospechosa como reveladora de que sus crónicas durante
los últimos años no han sido información periodística, como era su deber, sino
la de meros escribientes de las fuentes que les facilitaban acceso al sumario,
conculcando la Ley y sus obligaciones de funcionarios públicos. Incapaces de
sostener una tesis si no es la indicada por otro. Y eso no ha sido nunca periodismo.
Publicado en www.ciutat.es:
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