16 noviembre 2011

FIN DE ETA: MOTIVOS PARA LA ESPERANZA Y MOTIVOS PARA EL RECELO


¿Es realmente sincera la voluntad de abandonar las armas y apostar por las vías políticas, que sólo pueden ser pacíficas, por parte de ETA y de la izquierda abertzale? En mi opinión, ahí radica la fuente de los recelos de todo el mundo. Conociendo como piensan y cómo han actuado en el pasado, es más fácil deducir que si no sucede lo que ETA espera, acaben haciendo lo que siempre han hecho: recurrir al asesinato y a la destrucción. Aunque sepan que es contraproducente para su estrategia política, aquellos que no han dudado en matar, secuestrar y extorsionar para imponer su ideología totalitaria y excluyente sentirán la tentación de volver a las andadas y -ojalá me equivoque- es más fácil que vuelvan a recurrir a la violencia antes que a la política.

Un ejemplo de lo que digo lo tenemos en el episodio lamentable del tartazo a la presidenta de la Comunidad Foral de Navarra Yolanda Barcina por parte de individuos vinculados a la izquierda abertzale que protestaban por el tren de alta velocidad. Podríamos haberlo tenido por un episodio protagonizado por activistas incontrolados. Claro que podríamos, siempre que al día siguiente en un acto de Bildu no se hubiese puesto el vídeo de la agresión y se hubiese vitoreado y aplaudido a los autores. ¡Qué paradójico! Aquellos representantes de Bildu que firmaron un documento ante notario renunciando a la violencia, no solo no condenaron el ataque, sino que no consideran violencia agredir a tartazos a una representante política de otra formación que, además, es presidenta de todos los ciudadanos de Navarra. ¿Es eso aceptable? ¿Podemos fiarnos de estos tipos? Yo creo que no. Por más que queramos, no es sensato hacerlo porque sus hechos desmienten sus palabras, sus manifiestos y sus declaraciones impostadas para sortear la Ley de Partidos.

No deben preocuparnos sus reivindicaciones siempre que no se hagan valiéndose de la violencia y la coacción. No debe importarnos que hablen del derecho a decidir, que digan que apuestan por el diálogo y la negociación, que quieren mejorar la situación de los presos –aunque ellos siguen llamándoles presos políticos, cuando no hay un solo preso político en España, sino simples y vulgares terroristas y colaboradores de aquellos, o exiliados a los huidos–, que digan que luchan por la legalización de Sortu y del resto de partidos y asociaciones ilegalizadas, que no quieran que haya vencedores ni vencidos y que se impulse el reconocimiento de todas las víctimas. Nada de eso debe importarnos si lo hacen por vías pacíficas y democráticas. No es el independentismo lo que se persigue: son las acciones delictivas terroristas bajo el paraguas de la autodeterminación.

Cuando por parte de los demócratas se les planteó “o escaños o bombas”, es justamente porque sabíamos que sin bombas plantearán sus reivindicaciones históricas en el Congreso (si se cumplen los pronósticos y Amaiur logra ser una fuerza parlamentaria en Madrid), por mucho que nos duela y nos moleste ver a algunos de los que jalearon a ETA y les justificaron y lo siguen haciendo, en la tribuna de oradores del Parlamento. Pero aún albergamos muchas dudas de que la izquierda abertzale haya asumido ese planteamiento inicial, o escaños o bombas. Es cierto que ETA aparentemente ha puesto fin a sus actividades violentas y al impuesto revolucionario. Pero no es menos cierto que ETA aún existe, que no se ha disuelto, que tiene cierta infraestructura organizativa, armas y explosivos. Y en sus últimos comunicados siguen planteando exigencias políticas. Con el historial que atesoran, es muy razonable desconfiar, y desconfiamos.

Reconozcamos que también hay razones para la esperanza. En la última entrevista a ETA publicada en Gara el pasado día 11 de noviembre, afirman que “ETA nunca será una amenaza para el proceso de resolución política”. Admiten que la estrategia del Estado (fundamentalmente a través de la Ley de Partidos) había llevado a la izquierda abertzale a una situación de bloqueo y que “había que cerrar un ciclo para abrir del todo el nuevo y eso incidía de lleno en la lucha armada”. Pero como en todo proceso de esta índole, hay motivos para el recelo y para la desconfianza, como cuando sacan pecho, orgullosos de lo que han hecho: “En estos 50 años, la lucha armada ha hecho su aportación, una gran aportación (…) pero ha mostrado también señales de agotamiento” o “existe felicidad y orgullo por todo lo que esta organización en su pequeñez ha hecho hasta ahora”. Su gran aportación se traduce en 829 fallecidos y miles de heridos y mutilados. Y esta grandiosa aportación no permite ni que aceptemos equiparaciones humillantes e injustas, ni muchísimo menos olvidos indecentes. Aún tiene que pasar bastante tiempo para que los motivos que impulsan nuestra desconfianza se disuelvan, lo que sin duda ocurriría si ETA hiciese lo propio.


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