24 marzo 2009

EL PAPA Y EL PRESERVATIVO

El Diario de Mallorca publicó hace unos días una entrevista al científico y director del Museo de las Ciencias de Valencia, Manuel Toharia. Le preguntaron: -¿La ciencia y la Iglesia siempre estarán enemistadas? Él respondió: -No debería haber posibilidad de lucha, porque son planos distintos. La Iglesia cree cosas sin demostración, la ciencia no cree nada. La ciencia es humilde, porque la verdad es verdad hasta que se demuestre lo contrario, la religión es soberbia. Es sorprendente e injusto el integrismo de la religión. Los científicos no han quemado a ningún religioso por hacer afirmaciones sin pruebas, pero ¿cómo puede el Papa decir que el preservativo empeora el problema del sida? Ese hombre no sabe lo que dice, y le siguen millones de personas.


Sobre esta afirmación de Toharia acerca de Joseph Ratzinger, hecha precisamente en África, donde el SIDA es una pandemia que mata a millones de personas cada año; donde cada infectado (y hay 21 millones sólo en aquel continente) puede considerarse muerto porque no tienen acceso a los costosísimos tratamientos antirretrovirales que sí pueden permitirse los habitantes del primer mundo; donde no hay otra forma de evitar el contagio de la enfermedad si no es con el preservativo –desoiremos la exigencia de abstinencia por absurda e imbécil en un continente donde los hijos son la seguridad social para los ancianos– hablar de la forma en que Benedicto XVI lo hace, no solamente puede considerarse ignorancia, no es que no sepa lo que dice. Porque yo creo que lo sabe perfectamente y es entonces cuando sus opiniones se convierten en una forma de criminalidad. Porque criminal es que la Iglesia diga lo que dice, apartándose de cualquier realidad científica, dado que allí, lo que dice el Papa, lo viene a decir el representante de Dios en la tierra. Aquí, gracias a Dios, nos traen al fresco sus majaderías y las de la Conferencia Episcopal, más preocupados en sus asuntos terrenales que en predicar el Evangelio. Pero en África, por desgracia, no.


Tendrán que pasar siglos para que la Iglesia se de cuenta de las barbaridades que su doctrina sobre el sexo está provocando, del sufrimiento y la muerte inútil de tantos millones de seres humanos, por acción y/o por omisión. Luego, si a un Papa se le antoja, quizás pedirá perdón, como sucedió con Galileo y tantos otros científicos acusados de herejía y brujería, que fueron perseguidos y ejecutados; o como por su inacción y pasividad ante el exterminio del pueblo judío, entre otros, durante el tercer Reitch. Sí, quizás luego vendrá un Papa y pedirá perdón por los errores cometidos. Pero será ya tarde, aunque parece que nunca sea lo suficientemente tarde para la Iglesia… Cada vez vemos más claramente que el conocimiento es enemigo de la fe.


En esta época de Cuaresma, cuan bien nos vendría a todos que en lugar de dar consejos, la Iglesia mirara un poco hacia dentro de sí misma y los tomara, en lugar de hacer tanta demagogia y ejercer con tanto descaro el defecto que se ha convertido en su seña de identidad: la hipocresía. Y de llamar a la insumisión y a la objeción de conciencia a las leyes democráticamente aprobadas en el Parlamento. Intuyo que a ellos, lo que realmente les gustaría, es que España fuera un país teocrático. Lo que realmente les pesa es que no estemos en un régimen como Irán, donde son los clérigos quienes dictan las leyes y a quienes no las cumplen, los condenan a ser colgados de una grúa. O al menos eso es lo que les parece a los intransigentes de doble moral, que acostumbran permanentemente a decirnos lo que tenemos que hacer a los demás, pero sin hacerlo ellos, ni predicar antes con el ejemplo.



El Papa de Roma y la Conferencia Episcopal se preocupan mucho por los derechos del no nacido, del embrión, de las células madre y del sursum corda. Pero no parecen estar tan preocupados por los ya nacidos, niños y adultos, enfermos del SIDA o potencialmente infectables. Millones de seres humanos que viven en la extrema pobreza sin recursos de ningún tipo.


Lo dicho: afirmar que el preservativo empeora la situación del SIDA y condenar su uso es absolutamente criminal, y aún más hacerlo en África. Pero para la Iglesia y para Benedicto XVI, nada nuevo.


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