25 octubre 2009

ESPAÑOLES BUENOS Y ESPAÑOLES MALOS


Precisamente ayer hizo 17 años que juré bandera en un solemne acto militar en la Academia de guardias de la Guardia Civil de Baeza (Jaén). Reconozcamos que la efeméride no merece una celebración por todo lo alto, ni cumple soltar fuegos artificiales, pero sí invita a reflexionar sobre varias cuestiones. En primer lugar y para aquellos que no lo sepan, conviene explicar qué es jurar bandera. Las Reales Ordenanzas del Ejército de Tierra (al que paradójicamente la Guardia Civil no pertenece desde la entrada en vigor de la Constitución de 1978) en su artículo 428 y el artículo 59 del Reglamento de Actos y Honores Militares (RD 834/1984) regulaba dicho acto castrense hasta la aprobación de la Ley de la Carrera Militar en 2008.

La fórmula que se usaba hasta ese año era esta: “¿Juráis por Dios y por vuestro honor y prometéis a España, besando con unción su bandera, obedecer y respetar al Rey y a vuestros jefes, no abandonarles nunca y derramar, si es preciso, en defensa de la soberanía e independencia de la Patria, de su unidad e integridad territorial y del ordenamiento constitucional, hasta la última gota de vuestra sangre?” Todos los presentes debían responder en voz alta: “¡Sí, lo juramos!”. Continuaba el oficial que tomaba juramento: “Si así lo hacéis, la Patria os lo agradecerá y premiará y si no, mereceréis su desprecio y su castigo, como indignos hijos de ella”. Añadía los correspondientes vivas de rigor (a España y al Rey), y a continuación el capellán castrense añadía la siguiente invocación: “ruego a Dios que os ayude a cumplir lo que habéis jurado o prometido”. Este ceremonial se celebraba de forma muy habitual en muchos cuarteles de toda España y millones de españoles lo han llevado a cabo, unos de forma voluntaria y feliz, y otros contra su voluntad.

Como ya he dicho, tras la entrada en vigor de la Ley de la Carrera Militar el 1º de enero de 2008, su artículo 7º estableció una nueva fórmula para el juramento, con relevantes modificaciones en el fondo: el jefe de la unidad militar que tome el juramento o promesa ante la Bandera pronunciara la siguiente formula: “¿Juráis o prometéis por vuestra conciencia y honor cumplir fielmente vuestras obligaciones militares, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, obedecer y respetar al Rey y a vuestros jefes, no abandonarlos nunca y, si preciso fuera, entregar vuestra vida en defensa de España?” Los soldados contestarán: “!Sí, lo hacemos!”. Y el jefe de la unidad militar replicará: “Si cumplís vuestro juramento o promesa, España os lo agradecerá y premiara y si no, os lo demandara”.

Cuento esto porque hace tan solo unos pocos años este país se dividía en buenos españoles y malos españoles, aquellos que habían hecho la mili y los que no la habían hecho ni querían hacerlo, bien por declararse objetores de conciencia, bien por declararse insumisos. Recordemos que gracias a estos y aquellos, al movimiento social que generaron, a sus polémicas protestas y también al sacrificio que algunos de ellos hicieron incluso ingresando en la cárcel, desapareció la mili obligatoria y universal.

En el discurso que el coronel director de la Academia de guardias pronunció el día de mi jura de bandera, Antonio López López, quien años más tarde acabó como general mandando la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil, se expresó en estos términos: “(…) su juramento no ha sido fruto de irreflexión inconsciente ni frivolidad de juventud sino que, plenamente asumido y valorado, absolutamente aceptadas sus consecuencias y la vinculación permanente que de ello se deriva, se convierte en ejemplo de la generosidad y de desprendimiento que nos gustaría ver seguido por toda la juventud española”. Y añadió: “Todos los que hoy han prestado juramento merecen el reconocimiento social, pero hay un núcleo, dentro de ellos, que merece concreta referencia por cuanto su gesto tiene especial relevancia dentro de un punto de vista comparativo: me refiero al de nuestras mujeres alumnas, que con el mayor entusiasmo, vienen a asumir deberes y obligaciones tradicionalmente asignados a los hombres según el viejo reparto de los papeles sociales. ¡Curiosos espectáculo y maravilloso ejemplo el que nos brindan, y que brindan a otra juventud esta vez masculina y ausente de aquí, que parece resistirse a aceptar que el servicio a la sociedad dignifica y engrandece a quien lo asume! Así lo exigen el buen sentido, la tradición, la solidaridad, la natural defensa de lo que nos es propio, el respeto a los demás y, también, la Ley. El artículo 30 de nuestra Constitución afirma que “los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España”; concepto este, el de la defensa de España, que nosotros asumimos hasta sus últimas consecuencias, pero que debe ser también interpretado en sentido amplio, como una prestación personal no necesariamente cruenta que la Carta Magna define tanto como derecho como deber. Sin embargo, desgraciadamente no todos los españoles hacen la misma definición. Muchos hay que reivindican terca y obstinadamente sus derechos haciendo dejación de sus obligaciones con la misma terquedad y firmeza. En esto nos distinguimos: en que aquellos, cuando del servicio a España se trata lo interpretan como una desgraciada obligación mientras que nosotros lo reclamamos como un derecho irrenunciable. Por eso no podemos ser iguales. Por eso somos españoles privilegiados, porque hacemos pública reclamación del derecho a ser generosos en el servicio a quienes lo precisan”.

La sociedad española ha superado estos planteamientos arcaicos y su mentalidad caduca y rancia en muy pocos años. Españoles patriotas y buenos cristianos. Prácticamente nadie se acuerda ya del servicio militar obligatorio, de los sorteos anuales, de las juras de bandera masivas en los Centros de Instrucción de Reclutas (CIR) ubicados en la mayoría de capitales de provincia. Pero para que existan las Fuerzas Armadas actuales, algunas voces fueron acalladas de forma totalmente injusta. Me estoy acordando del ex coronel Amadeo Martínez Inglés, quien fue expulsado del Ejército en 1990 por reclamar la desaparición de la mili obligatoria y por pedir públicamente la profesionalización del Ejército. Y qué curioso, eso lo hizo el PSOE. Contra todo pronóstico, quienes eliminaron la mili fueron los Populares de José María Aznar, no los socialistas de Felipe González. Paradojas de la política que es justo no olvidar.

Pero volviendo a mi jura de bandera, debemos reconocer lo mucho que ha cambiado la sociedad española, las Fuerzas Armadas y la propia Guardia Civil. Hoy en día, un discurso desentonado, rancio y mohoso como el que pronunció el coronel López López sería motivo de escándalo. Aunque lo pensase, un funcionario público no puede expresarse de este modo, porque no hay españoles buenos y españoles malos. O al menos, no los hay desde esa muy peculiar, simplista, obtusa y sectaria visión de la realidad.

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