24 julio 2009

La cólera de Aquiles en La Ilíada de Homero

Los fragmentos del texto que a continuación reproduzco pertenece al canto IX (Embajada a Aquiles) de la epopeya griega “La Ilíada”, de Homero. “La Ilíada”, aunque estoy seguro de que nada nuevo os digo que no sepáis todos y todas, es el poema más antiguo escrito de la literatura universal occidental y narra los acontecimientos ocurridos durante 51 días en el décimo y último año de la guerra de Troya. En el canto IX, Fénix, Áyax, Telamonio, Odisea y dos heraldos son enviados como embajada, por consejo de Néstor, donde dan a Aquiles disculpas por parte de Agamenón, Rey de Mecenas y Argos y comandante en jefe de los griegos en la guerra contra Troya, ofreciéndole regalos, la devolución de Briseida (hecha prisionera por Aquiles con intención de casarse con ella –por más que a quien él amaba era a Patroclo– y a quien Agamenón le había arrebatado), y a cualquiera de sus hijas como esposa, y le suplican que regrese a la lucha, pero éste se niega con estos argumentos:

"307. Respondiole Aquiles, (…) Preciso es que os manifieste lo que pienso hacer para que dejéis de importunarme unos por un lado y otros por el opuesto. Me es tan odioso como las puertas del Orco quien piensa una cosa y manifiesta otra. Diré, pues, lo que me parece mejor. Creo que ni el Atrida Agamenón ni los dánaos lograrán convencerme, ya que para nada se agradece el combatir siempre y sin descanso contra el enemigo. La misma recompensa obtiene el que se queda en su tienda, que el que pelea con bizarría; en igual consideración son tenidos el cobarde y el valiente; y así muere el holgazán como el laborioso.

Ninguna ventaja me ha proporcionado sufrir tantos pesares y exponer mi vida en el combate. Como el ave lleva a los implumes hijuelos la comida que coge, privándose de ella, así yo pasé largas noches sin dormir y días enteros entregado a la cruenta lucha. (…) Conquisté doce ciudades por mar y once por tierra en la fértil región troyana; de todas saqué abundantes y preciosos despojos que di al Atrida Agamenón, y éste, que se quedaba en las veleras naves, recibiólos, repartió unos pocos, y se guardó los restantes. Mas las recompensas que Agamenón concediera a los reyes y caudillos siguen en poder de éstos; y a mí, solo, entre los aqueos, me quitó la dulce esposa y la retiene aún: que goce durmiendo con ella.


(…) Ya que me defraudó, arrebatándome de las manos la recompensa, no me tiente; le conozco y no me persuadirá.(…) Y puesto que ya no deseo guerrear contra el divino Héctor, príncipe de Troya, mañana, después de ofrecer sacrificios a Júpiter y a los demás dioses, botaré al mar los cargados bajeles, y verás, si quieres y te interesa, mis naves surcando el Helesponto, en peces abundoso, y en ellas hombres que remarán gustosos; y si el glorioso Neptuno me concede una feliz navegación, al tercer día llegaré a la fértil Ptía.

En ella dejé muchas cosas cuando en mal hora vine, (…) ya que el rey Agamenón Atrida, insultándome, me ha quitado la recompensa que él mismo me diera. Decídselo públicamente, os lo encargo, para que los aqueos se indignen, si con su habitual imprudencia pretendiese engañar a algún otro dánao. No se atrevería, por desvergonzado que sea, a mirarme cara a cara; con él no deliberaré ni haré cosa alguna, y si me engañó y ofendió, ya no me embaucará más con sus palabras; séale esto bastante y corra tranquilo a su perdición, puesto que el próvido Júpiter le ha quitado el juicio.

Sus presentes me son odiosos, y hago tanto caso de él como de un cabello. Aunque me diera diez o veinte veces más de lo que posee o de lo que a poseer llegare, o cuanto entra en Orcómeno, o en Tebas de Egipto, cuyas casas guardan muchas riquezas –cien puertas dan ingreso a la ciudad y por cada una pasan diariamente doscientos hombre con caballos y carros–, o tanto cuantas son las arenas o los granos de polvo, ni aun así aplacaría Agamenón mi enojo, si antes no me pagaba la dolorosa afrenta."

No hay comentarios: