Por más que se diga, el Partido Popular de Baleares que lidera José Ramón Bauzá y su nuevo secretario general, Miquel Vidal, es un partido cohesionado y fuerte. A pesar de que pueda parecer a primera vista que hay cierta división, no es cierto. No hay ningún problema grave. Si el presidente hace y deshace a voluntad, sin contar con nadie excepto con su sanedrín, eso no supone ningún problema porque para eso ha sido elegido. Todo el mundo calla. Incluso alguno de los alcaldes a los que tanto dinero les debe el Govern y que les tiene al borde del corte de la luz y sin poder pagar las nóminas de los funcionarios (las suyas siempre quedan a salvo, naturalmente), vitorean al líder y se suman eufóricos a su ejecutiva.
El Partido Popular es una formación bien disciplinada y sometida al líder. Históricamente ha demostrado que sólo cuando su máximo dirigente emprende políticas de centro o centro izquierda, al margen de su base social, pueden surgir problemas. Y ese no es el defecto de Bauzá. Siempre que escore a la derecha, no hay peligro de amotinamiento general. Puede haber, como ha pasado ahora, algunos descontentos que lo expresen públicamente, pero jamás habrá una revuelta seria si las políticas son netamente de derechas. Ya sea en materia económica o en materia lingüística.
Aquellos que se quejaban de que el congreso de 2010 fue de personas y no programático, ya tienen las cuatro ponencias aprobadas por unanimidad y entre aplausos. Y además, justo es reconocerlo, el actual líder del partido es el único al que nunca le ha atemorizado someterse al sistema de un afiliado, un voto. No se parapeta en compromisarios ni en agrupaciones dominadas por estómagos agradecidos, como hacen otras formaciones políticas. En esto, Bauzá es pionero en Baleares y nadie lo podrá discutir.
Sin embargo, el nivel de vacuidad de los discursos que hemos oído en el Trui Teatre durante el XIV Congreso Regional de los populares es tan elevado como preocupante. Recuerda al “sabemos qué es lo que hay que hacer y lo vamos a hacer…” que encumbró al presidente a todos los programas de zapping de la televisión nacional. Incluso el discurso de María Dolores de Cospedal del viernes fue decepcionante, porque más allá de los halagos de rigor a los anfitriones y los ataques a la oposición, no hubo nada que un ciudadano de a pié, preocupado y cabreado por las subidas de impuestos, los recortes en la sanidad pública y en la educación de sus hijos, pueda echarse a la boca. El único rastro de concreción en todo lo que han dicho los líderes populares, ha sido la aseveración de José Ramón Bauzá al mostrarse convencido de que el próximo año por estas fechas la situación económica y laboral será mejor. No es mucho, pero es algo. Suerte que no añadió “si Dios quiere…”.
Entonces, si no pasa nada extraordinario, celebraremos el segundo aniversario de su investidura como presidente, el ecuador de su mandato. Y más valdrá que para entonces se aprecien los resultados de tanto sacrificio exigido a los habitantes de esta comunidad, que no a los políticos que inundaban el teatro del colegio La Salle. De otro modo, los aplausos y vítores cosechados se tornarán silbidos agrios. Y se comenzarán a afilar los cuchillos de cara al siguiente congreso, el de 2014.
Porque en esto, el PP no se diferenciará en nada del PSOE. O hay resultados positivos, o los electores les mandarán a su casa. Porque si algo nos está enseñando la crisis es que tanto los parados que no encuentran trabajo como los empresarios que se ven obligados a cerrar sus negocios por quiebra, no muestran el más mínimo apego por el partido en el poder, sea cual sea su color político. Y este tipo de ciudadanos cada vez son más.
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