Muchas de sus señorías en el Congreso y en el Senado están forradas. ¡Vaya
chasco! Nosotros creyendo que las investigaciones sobre el patrimonio de Jaume
Matas se habían iniciado por las sospechas –y una oportuna denuncia anónima
convenientemente enviada a la Fiscalía Anticorrupción– sobre el tren de vida del
ex presidente y ahora descubrimos que era de los más pobres de la clase –clase
política, se sobreentiende–. Así, tendremos que creernos que los bienes que
atesoran políticos como Rubalcaba, Bono, Salgado, Blanco, etcétera, los han
logrado con el sudor de su frente, honrada y esforzadamente. Y que su tren de
vida se acomoda a sus ingresos. ¡Seguro!
Reconozco no tener claro si prefiero que gestione el presupuesto público un
ricachón o un manirroto sin un duro en su cuenta corriente. Dudo entre un
político rico y otro que tras muchos años en política, no tiene –perdón, no
declara tener– nada más que 1.400 euros de saldo medio, como el madrileño Tomás
Gómez. ¿Cómo le vamos a fiar la llave de la caja a un tío incapaz de ahorrar
mientras percibe un generoso sueldo que para sí quisieran cinco millones de
españoles?
Sugiero al juez Castro que extienda prudentemente la sombra de la duda e
investigue con el rigor que atesora el notable patrimonio de los parlamentarios,
especialmente los de Baleares y no sólo los del PP, si es posible. ¿De dónde
salen sus abultados patrimonios? Muchos tienen importantes propiedades y no
sabemos cómo se han obtenido. Convendrá aclararlo, si es que interesa algo más
que cargarse a Matas, lo cual es dudoso. Al final resultará que ni era tan rico
como parecía, ni Antich tan humilde como su espartana figura sugiere. Nos
consuela que estando en el Senado cobrando aún más de lo que recibía como
presidente de Baleares, podrá terminar de pagar sus deudas personales. Las que
ha dejado en el Consulado de Mar, más de 1.100 millones de euros, le importan un
pimiento. Las pagamos todos.
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