Es muy posible que durante las campañas electorales sea
cuando se oyen las barbaridades más grandes y los memeces más auténticas. Como
en escasamente seis meses hemos vivido dos de estas campañas, auténticos homenajes
a la estulticia, plagadas de eslóganes absurdos y de discursos vacuos, es natural
que estemos más que saturados de tanta impostura. Sobre todo si se tiene en
cuenta que hay que repetir las elecciones por la culpa exclusiva de cuatro
señores que ahora repiten como candidatos con los mismos programas que en
diciembre.
Se da la circunstancia que durante la campaña y la
precampaña –que es como un alargamiento del suplicio por delante–, hemos visto
acusaciones de racismo y xenofobia tan patéticas, tan ridículas y tan
infundadas que dan ganas de rebelarse contra quienes hacen este tipo de
imputaciones a la ligera y con tan poco respeto por los ciudadanos.
El último episodio tuvo lugar este martes en el Parlament,
nada menos, cuando Aitor Morrás acusó a Jaume Font de racista porque le reprochó
su oposición a la facultad de medicina, porque en su tierra de origen sí la
hay. Días antes los populares aseteaban con similares difamaciones a Pedro Sánchez
con un vídeo donde tras estrechar unas cuantas manos de gente de color, parecía
limpiársela. También se acusó al diputado del PP Antoni Camps de racista por un
comentario en su cuenta personal de Facebook donde comparaba a negros con
comunistas, comentario que él denunció ante la Policía por haber sido pirateada
su cuenta. Previamente se acusó al diputado autonómico del PSOE Enric Casanova
de racismo tras un altercado en un bar con una camarera en un episodio lingüístico
poco claro. Siendo la cosa tan grave, harían bien todos en serenarse y no
lanzar profusamente acusaciones de este calibre porque no todo vale en política.
(Publicado en Periódico de Ibiza y Formentera)
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